Para el año 1965 el 36,02 % de la superficie total de la tierra era destinada a la actividad agrícola, comprendiendo un sin número de ambientes y un sin número  de cultivos resaltan: trigo, maíz y arroz, según esos registros en el año 1991 la superficie agrícola creció en un 3,45 %, llegando a 39,47 % el valor más alto registrado hasta la fecha, de 1991 a 2017 la superficie cultivable se ha mantenido en promedio 37 % y las tendencias indican que no crecerá más, esto a causa de factores poco controlables por el hombre como la erosión del suelo y los efectos del cambio climático.

Según la ONU, en 1960 la población mundial era de 3.039 millones,  se estima que seremos 8.500 millones de habitantes en el 2030, 9.700 para el 2050, y 11.200 millones para el 2100, sin embargo el suelo fértil para la producción de alimentos va en deceso según datos de la FAO. Ante este panorama el cultivo del maíz en los últimos años ha desplazado al trigo y al arroz debido a la gran cantidad de sub productos que se obtienen a partir de su industrialización. El panorama de este cultivo en lo que a México refiere, nos posicionamos en el lugar número 7 en función de las toneladas producidas, y como número 2 en función de las toneladas importadas.

Producimos anualmente 27.600 millones de toneladas, importamos 17,7 millones de toneladas. Consumimos alrededor de 45 millones de toneladas anualmente; la superficie sembrada en el territorio nacional oscila en las 7,7 millones de hectareas, si el déficit de producción lo dividimos entre la superficie sembrada tendríamos que elevar la producción en 2,1 toneladas por hectárea para lograr la autosuficiencia en este grano.

Escribirlo es sencillo, pero dichas 7 millones de hectáreas sembradas a lo largo y ancho del territorio nacional comprenden un sinnúmero de ambientes y las mismas condiciones de siembra, desde las alta tecnología en el valle del fuerte en Sinaloa, hasta las siembras a espeque de la sierra de Oaxaca, es importante tomar en cuenta esto para poder generar estrategias que impacten significativamente en el rendimiento, que eleven la calidad de vida de los agricultores y a su vez reduzcan la dependencia de este grano al exterior.

Por: M. en C. Ángel Mercado